domingo, 28 de julio de 2013

Mi hijo no quiere comer ?

Cerca de 80% de los pediatras en Venezuela manifiesta que una de las principales quejas de las madres en los consultorios es que sus hijos no quieren comer. En el resto del planeta la situación es similar. Muchas madres alrededor del mundo viven angustiadas debido a la inapetencia de sus pequeños. Y cuidado con pensar que el problema solo ataca a familias de alguna determinada clase económica; es un mal que está presente en todos los estratos sociales, pues sus causas son comunes a todos.

En un reciente simposio organizado en Caracas por la compañía Abbott, al cual asistieron destacados expertos en nutrición infantil nacionales e internacionales, se revelaron nuevas tácticas para orientar a los padres y evitar que sus hijos se conviertan en pobres comedores.

Ya en la etapa intrauterina hay movimientos primitivos de deglución y succión. Entonces, ¿qué complica las cosas después? Algunos de estos "niños de mal comer" son conocidos bajo el término anglosajón de picky eater, aquellos que comen como los pollitos y son muy quisquillosos, siendo los más problemáticos quienes están en la etapa preescolar con edades entre los dos y cinco años. Es preciso atajar estas conductas a tiempo, pues pueden hacerse persistentes y acompañar al niño hasta su adolescencia consolidándolo como un comedor limitado y mal alimentado.

El doctor Reinaldo Pierre, gastroenterólogo pediatra radicado en Barquisimeto, reconoce que en su consultorio el tema del niño que no come es recurrente. "El que los niños no coman genera en los padres mucha ansiedad, lo que además refuerza temores ancestrales como el de que si no come no crecerá con normalidad y eso no está muy lejos de la realidad. El problema es muy frecuente y el reto es descubrir sus causas, detallando con calma cada una de las razones que puedan ocasionarlo", alerta Pierre. Durante muchos años se le dio a esta situación un carácter de transitoriedad, algo que tarde o temprano mejoraba. No obstante, las estadísticas que se recogen a diario en las consultas demuestran que las dificultades para comer persisten hasta después de los cinco años.

Malas costumbres
"Que coman mal los otros niños, pero no el nuestro". Esa parece ser la consigna común entre padres que convierten el acto de alimentar en una batalla de honor en la que se vale todo con tal de darle hasta la última gota de sopa. Seguramente los padres se ven retratados en algunas de estas modalidades, o un poco en todas:

Alimentación nocturna: No es recomendable que el niño reciba alimentos muy entrada la noche.

Alimentación por persecución: Aquellos padres que persiguen por toda la casa al hijo para poder darle la comida.

Alimentación forzada: Comer se convierte en una obligación acompañada de amenazas.

Alimentación con distracción: Se usa el recurso de algún programa o de dibujos animados para que el niño "quiera" comer.

Alimentación prolongada: Hay padres que afirman: "Estaré tres horas dándole la comida a mi hijo, pero hasta que no termine no me quedo tranquilo". Una comida normal debe durar hasta unos 30 minutos.

Alimentación como premio: No es recomendable castigar ni premiar al niño con determinada comida. Mucho menos amenazarlo con algún alimento. No debe usarse la comida como un chantaje o consuelo.

El doctor Pierre recuerda que "los padres deben vigilar que durante los tres primeros años sus hijos regulen bien el sueño, sus emociones y su conducta alimentaria. Hay niños que tienen una fijación con algún alimento y si no es ese no comen nada" Por ello el especialista recomienda a los pediatras descartar algún trastorno en la deglución que puede complicar las cosas aun más. "Hay señales de alarma que deben detectarse a tiempo como el dolor que interrumpe la alimentación o los vómitos recurrentes. Si hay acumulación del alimento en la boca, molestias o dolor al tragar, ahogo con algunas consistencias, labios mal cerrados o una formación inadecuada del bolo alimenticio pudiera tratarse de una disfagia, que es la dificultad para tragar los alimentos", explica el gastroenterólogo pediatra.

Dime cómo comes y te diré quién eres
Existen varios tipos de niños según su dificultad para comer y su falta de apetito. Todos pueden mejorar su condición con atención médica y la dedicación amorosa pero firme de sus padres.
El niño vigoroso: Aquel que no puede estar tranquilo, hiperactivo, muy alerta, está más interesado en el juego que en la comida. Tolera un par de bocados, pero luego prefiere seguir con otra actividad.

El niño deprimido: Es triste, apático y tiene poca comunicación verbal. Los pediatras deben estar muy atentos ante señales de abandono, negligencia y maltrato.

El picky eater: Es selectivo, come y rechaza alimentos específicos, bien sea por su textura, color u olor. Tienden a rechazar lo novedoso.

El niño con miedo a comer: Son casos más complicados, pues hay un recuerdo traumático al momento de comer. Cuando un niño se ahogó comiendo o mordió algo muy duro y sintió dolor mientras se alimentaba, seguramente desarrollará este temor.

En estas clasificaciones entran también los padres con sus costumbres.

Padres controladores: Aquellos que presionan a sus hijos para comer, los amenazan y hasta los sobornan para que coman determinados alimentos.

Padres Negligentes: Son los que "malcrían" al niño dándole la comida que él quiere, donde quiere y cuando quiere. Son permisivos con la dieta y no establecen reglas.

Padres responsables: Aquellos que se convierten en modelos para sus hijos. Los que ofrecen leche, vegetales, yogur, frutas y cereales. Hablan y describen positivamente cada alimento, los que guían las prácticas de alimentación en lugar de controlarlas, limitando con la comida chatarra.

Enseñando a padres e hijos a comer
El apetito es un estado consciente caracterizado por el deseo de comer y está estrechamente condicionado por una experiencia anterior, provocado por el gusto de una comida concreta. Es, lo que llaman los especialistas, un hambre electiva. Pero en los niños el apetito se desarrolla como un aprendizaje, es un acto social que tiene que ver con un proceso de socialización entre padres e hijos.

Aquí entra en juego la doctora Kim Milano, estadounidense, egresada de la Universidad de Kansas y con más de 28 años de experiencia en nutrición pediátrica, dificultades de alimentación en bebés y obesidad infantil. Su exposición comienza aclarando que "el niño debe comer en un ambiente sano y agradable y de ninguna manera se le puede obligar a comer, pues los niños presionados comen menos".

Partiendo de esa premisa, Milano va aclarando dudas y derrumbando algunos mitos. No puede asegurarse que a un niño no le gusta la carne, por ejemplo, si solo se le ha ofrecido una vez. Cada alimento debe ofrecérsele al menos ocho veces y en distintas ocasiones antes de rendirse y dar por sentado que verdaderamente no le gusta. Por instinto el niño elige lo que puede masticar y rechaza lo que no puede, por eso la dieta más común está conformada por cereal, cambur, pasta, salchichas, nuggets de pollo, purés, papitas fritas y similares. La tarea de los padres es garantizar que la textura de sus comidas esté acorde con su edad. Antes de los cinco años prefieren alimentos ricos en grasas y calorías; sin embargo, a esta edad ya deberían haber probado al menos 70 tipos distintos de alimentos, y manifestado preferencia por unos 50 de ellos.

Otro error que subraya la especialista es que los padres insistan en que los niños queden repletos en cada comida, cuando la velocidad en llenarse y el umbral de la saciedad es distinto en cada persona. "El estómago de un niño es del tamaño de su puño, no del puño de la mamá. En ningún caso debe perderse la calma o mostrar molestia cuando se alimenta a un niño", dice.

Aunque debe procurarse la variedad, Milano aclara que un niño puede comer pocos alimentos siempre y cuando sean los adecuados, los llamados "alimentos ancla", como la leche de vaca o de soya, cereal, frutas y proteína animal o vegetal. Relata el caso de una de sus pacientes, una niña de cinco años que comía solamente leche, avena, yogur, jugo de naranja y puré de arándanos. A pesar de la dieta reducida, cuando se analizó la calidad de sus alimentos, se determinó que la pequeña comía todo lo que su cuerpo necesitaba.

En esa relación de socialización que supone el comer la división de responsabilidades está definida. El padre debe decidir qué es lo que se va a comer, mientras el niño determinará cuánto, la cantidad de alimento que comerá. Lo más recomendable es que los padres sean amables con sus hijos al momento de alimentarlos, explicarles muy bien lo que están comiendo, comentarles acerca de la importancia de cada alimento, decirles que es algo sabroso lo que van a probar y prevenirlos acerca de si es salado, dulce, ácido o amargo, de este modo el infante irá entrenando sus papilas.

Para ampliar la gama de alimentos del niño, Milano sugiere que los padres anoten durante una semana todo lo que su hijo come en el desayuno, almuerzo, cena y meriendas. Luego, en el supermercado, hay que buscar sustitutos similares de esos alimentos, con texturas parecidas, cuya preparación sea semejante a lo que come. Es decir, procurar que el niño pruebe nuevas cosas pero cuyas características no supongan un cambio brusco, es lo que se llama una "cadena de alimentos". Al final hay que felicitar al niño por haberse animado a probar nuevos alimentos. Cada comida debe hacerse en la mesa o en una mesita individual si el niño es muy pequeño. Lo cierto es que hay que evitar distracciones como la televisión. Hay que cumplir los horarios, desayunos, almuerzos y cenas deben tener una hora establecida. Comer en familia ayudará a prevenir las dificultades en la alimentación, pues los niños aprenden viendo a otros comer, teniendo experiencias positivas durante la comida. "Es importante que se interesen en los alimentos, dejarlos manipular la comida, mostrarles imágenes de alimentos saludables, llevarlos de compras e involucrarlos en la preparación de los mismos", dice Milano.

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